El arte de hacer buenas preguntas

15/06/2015

Por Mónica Aldana.

Hace poco caminando por la calle escuché una interesante conversación entre un padre y su hija de unos 7 años. Quizás lo más interesante de la conversación fue la forma como el padre la empezó. En lugar de preguntarle, como tantas veces he escuchado, ¿qué has hecho hoy en la escuela?, le preguntó ¿qué has aprendido hoy en la escuela?

Sin saberlo el padre también desencadenó una respuesta en mí, pues me quedé pensando en cómo un “simple” cambio de verbo en la pregunta puede conducir nuestro pensamiento por caminos diferentes, pues el sentido mismo de la pregunta cambió. Así, me encontré pensando ahora sobre las preguntas y sobre lo que ellas permiten y generan en nuestro pensamiento.

Sin duda las preguntas tienen orígenes, características y funciones diferentes entre sí. Algunas las usamos para confirmar, otras para descubrir, otras para entender, reflexionar, evaluar… pero un común denominador es que las preguntas se transforman y dan pie a más preguntas, y al final lo que consiguen es estimular nuevas formas de pensar, nuevos caminos que podrán ayudar a mejorar nuestro pensamiento. Y pensé entonces cómo este padre ayudó de esta manera a que su hija pensara en el aprendizaje que había realizado en la escuela, y cómo al verbalizarlo y reflexionar sobre ello, ese aprendizaje que ocurrió en el contexto escolar podría eventualmente ser rescatado y aprovechado en el contexto familiar.

Después me imaginé lo mismo pero en el sentido inverso. Pensaba en si la educación formal está siendo capaz de conocer, indagar, reflexionar y conectar los aprendizajes que posee el estudiante con los que se imparten en la escuela. Quizás debería invertirse tiempo en ello y así ayudar a que los estudiantes puedan reflexionar sobre lo que aprenden.

En estos momentos en que se está prestando una atención especial a la capacidad de aprender a aprender, a la formación de “aprendices competentes” y a la necesidad de aprender a lo largo y ancho de la vida, me pregunto cómo contribuimos desde las escuelas y las universidades a que esto ocurra. Ya sé que son muchos los contenidos y las competencias que deben ser enseñados y trabajados curricularmente –y dicho sea de paso, deberíamos preguntarnos periódicamente por su pertinencia–, pero entre todos estos contenidos, ¿qué peso estamos dando a “enseñar a pensar”, a crear un pensamiento reflexivo, analítico y a fortalecer una concepción amplia del aprendizaje? ¿Enseñamos a nuestros estudiantes a que se formulen buenas preguntas y aprendan a cuestionar el mundo que les rodea?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *